Los 4 Evabgelios Cristianos describen la Pasión y Resurrección de Cristo como los acontecimientos centrales de la vida de Jesús. En la Semana Santa se conmemora la última Cena, La Eucaristía, El Vía Crucis, la Crucifixión y la Resurrección de Cristo. Básicamente, todo el credo católico se aglutina en estos pocos días previos a la Pascua.
No es sorprendente que la Semana Santa provoque en los fieles una devoción que sobrepase la fe y roce el fetichismo religioso. Que arroje la primera piedra, quien no haya guardado nunca la entrada de un concierto o un autógrafo de alguien conocido.
Pero el fetichismo religioso presenta un problema mayor que el ocasional cariño hacia un objeto personal. Por u lado, presenta una contradicción religiosa: un elemento presuntamente relacionado con los hechos correspondientes a la seman santa se convierte en objeto de adoración de la misma, ya no representa nada sino que es vennerado como tal: idolatría.
Otro problema está en la autenticidad de las reliquias. Aquí es donde la historia puede aportar más, dando en la mayoría de sus casos malas noticias a la religión por su falsedad.
El boom de las reliquias creció e la Edad Media, época en la que la Enciclopedia Católica la señala como "poco crítica y morbosa". Es una acusación, muy a lo Pilatos, siempre es conveniente culpar a una "época" que a los hombres que vivieron en ella, y en especial, a la institución de la Iglesia Medieval. En ese morboso periodo fue cuando proliferaron las reliquias de la Pasión: los restos de la cruz, la corona de espinas, la lanza, el sudario y el Santo Grial.
El mito atribuye a Santa Elena, madre del rey Constantino, primer emperador romano cristiano, el haber encontrado en Tierra Santa la mayorìa de estos objetos sagrados.
Las reliquias son una concesión a la devoción popular: son útiles pero no necesarias. Por ello la Iglesia, aunque no ha autentificado nunca, no ha negado a quienes creen en ellas, ni terminan de descartar que son genuinas.
Hoy hay pedazos de la cruz de Cristo y clavos repartidos por todas las Iglesias del mundo, tantas, que Martín Lutero se mofaba de ello diciendo que con ellos se podría construir un barco.
También tenemos una corona de espinas en París.
Pero la estrella de las reliquias es el Santo Grial, el recipiente que usó Jesús en la última Cena para la Transmutación del vino en sangre. Pues parece que usó muchos, pues tenemos uno en Valencia, otro en Génova, y otros con marketing menos afortunados.
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